La Tormenta.
Cuando éramos indiscutiblemente felices, anestesiados por la abundancia que invertíamos en juegos ociosos, unas nubes grises, jamás vistas en nuestro cielo, taparon el sol. Los optimistas, que son los más cuando las épocas soleadas son largas, nos tranquilizaron. «Todo acabará en una breve lluvia ligera, como siempre».
Al
poco, comenzaron a caer las primeras gotas, espesas, insólitas y molestas. Pero
el líder, siempre respetado, nos calmó. «Solo son escasas gotas de agua, como
siempre». Y nombró capataces «para controlar el cielo», dijo.
Puesto
que nuestro líder y sus capataces se encargaban del cielo, nosotros dejamos de
mirar las nubes para seguir atendiendo a las fiestas de nuestros jardines. Pero
cada día las gotas se hacían más numerosas, y lo que antes humedecía, empezó a encharcar.
Algunos críticos con nuestra asentada forma de vida inerme al infortunio alzaron
la voz para advertir que si el cielo no cambiaba, nuestros jardines se
arruinarían para siempre. Pero cuando empezamos a recoger madera para construir
tejados, los capataces del líder habían dejado de controlar el cielo para
intervenir en la tierra, y se prohibió la tala de árboles.
El
líder habló. Anunció buenas nuevas, que como son más agradables que las malas,
todos creímos; como siempre. Y cuando las malas nuevas amenazaron con ser más reales
que las buenas, el líder nos tranquilizó. «Esperad en vuestras casas para no
mojaros, que los capataces cuidarán de vuestros jardines. Saldremos más fuertes
del infortunio, como siempre», nos dijo. Pero nosotros no sabíamos lo que era
salir más fuertes de un infortunio, porque nunca habíamos tenido uno.
Finalmente, la tormenta se precipitó con tanta violencia, que perdimos nuestras flores. Y al pedir explicaciones al líder por la ineficacia de sus capataces, un sorprendente muro nos sacó de nuestra embriaguez. Nuestro líder había recogido toda la madera que nos vetó, para construirse una fortaleza que nunca pudimos derribar.
Y como siempre, fue el líder quien se hizo más fuerte ante un
infortunio.
©Pablo Grandes del Río.
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