Leer Relato:
—
David —le reclama el hermano pequeño.
—
Shhh… no hables fuerte o los
espantarás, ¿qué quieres? Estaba casi dormido… —susurra.
—
¿Estás dormido?
—
No; ya no…
—
Tenemos que dormir, o si no, no vendrán. ¿Verdad?
—
Sí, verdad; ahora cierra los ojos, y no digas nada o no podrás dormir.
—
Sí. Ya tengo los ojos cerrados. Así me dormiré… ¿Verdad?
«No
le contestes. Se dormirá. No pienses en nada…».
—
¿Verdad?
«Respiro
fuerte… pensará que ya estoy dormido, y le entrará sueño a él. Cojo todo el aire
que puedo y lo dejo salir con un pequeño silbido…».
—
¿Verdad; David?
«Blanco…
solo la mente en blanco… es lo único que importa. No voy a repasar mi carta,
por si olvidé algo… no. Eso ya no tiene importancia. Estoy dormido. No puedo
creer que haya sido tan fácil».
—
David… ¿verdad?
—
Verdad qué; qué… ¿de qué hablas? —farfulla irritado.
—
Si cierro los ojos me dormiré, ¿verdad?
—
Sí, sí; claro que sí. Pero hazlo ya, y no hables.
—
Vale. Yo ya tengo los ojos cerrados. Hablo con los ojos cerrados… —y da un largo
bostezo.
«No
puedo dormir… ¿y si me pillan despierto?».
Pasan
largos minutos de insomnio. Suena un golpe seco, pasos, murmullos, y alguna que
otra risa sorda. David no puede evitar entreabrir uno de los ojos, cuando una
enorme sombra se acerca lentamente. Paralizado, no descubre su desvelo a la
sombra. Y la sombra le otorga un mágico beso que lo duerme en el acto, a la voz
de un «te quiero, mi rey».
©Pablo Grandes del Río.
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