Leer Relato:
La sonrisa.
La adoran en el trabajo. Siempre amable. Siempre disponible. Y siempre diestra en palabras que solazan caras amargas. Mira el reloj y se levanta de su mesa, sin excesos, para despedirse con una sonrisa que sabe los aturde; y los compañeros se la devuelven con una torpe réplica.
Cruza
la calle, hacia la panadería. Y el tendero, gastado por la edad y una
jubilación que no llega, se sacude diez años con la mueca de nuestra siempre
feliz protagonista. Le entrega el pan, las Vienas más blancas que ha reservado
en una bolsa bajo el mostrador. Un «gracias», y, como siempre, la sonrisa que
arranca un soplo al panadero.
Suspiros,
miradas, enmascarada esclavitud que alimentan su Ego; y sin embargo, desgastan
su Ser.
Al
llegar a casa, la recibe el alivio de la intimidad. Y la bolsa del pan cae
muerta al suelo por donde ruedan las Vienas. Levanta la cabeza, clava sus uñas
en el cuello, escarba, y sumerge los dedos tras la piel. Abre las manos hasta
las mejillas, para separar de la carne la grotesca sonrisa, estirada y
deformada; hasta conseguir arrancar la hipocresía de los huesos.
Eterna
sonrisa.
© Pablo Grandes del Río.
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