Leer Relato:
Don Fulano.
Érase
que se era un hombre, Don Fulano, siempre
presente.
«Bueno,
Don Fulano; creo que va siendo hora de descansar, ¿cierto?»; eran las palabras
que solían acompañarle hasta las puertas. Pero jamás Don Fulano atravesó un umbral para dejar reposar las
historias de nadie.
—
¡Ayer estuvimos cenando con Don Fulano! —comenta Don Frailuno en el Café
Chismoso.
—
¡Imposible! —responde su tertuliano—.
¿Cómo pudo estar en dos cenas al mismo tiempo? Ahora mismo, Don Fulano duerme descarado
en nuestra casa después de compartir rabiosos mordiscos al célebre costillar de
cerdo que cocina mi señora esposa.
—
¡Innegable celebridad, no me cabe duda!; y es que Don Fulano, hasta en tres
ocasiones, mencionó sus intentos para digerir ese costillar en medio de la
anécdota sobre el automóvil cuyos pagos devuelve cada mes al destaparse que, él
y no otro, es a quien relacionaron con el asunto tan feo de la joyería de Doña
Sentina.
—
¡La carencia de sentido es pasmosa! —interviene el mesero del Café Chismoso.
—
Atónito me deja… —añade el tertuliano de Don Frailuno—, durante la velada, Don
Fulano no escatimó en elogios hacia Doña Sentina, a quien excusó su ausencia porque
se recuperaba de una inoportuna gripe. ¡Incluso menciono sus intenciones
maritales!
—
Ciertamente, no son posibles estos chismes —continúa el mesero—. Obviando que Don
Fulano ya contrajo matrimonio hace años en la India, todo aquel que pregunte a
Don Malicio lo sabe; ayer cerró el café a altas horas de la madrugada; tan
perjudicado, que no pudimos levantarlo de esa mesa.
—
Ya noté anoche que Don Fulano tenía mala bebida… —comenta Don Frailuno.
Y
los tres miran la dirección que indica el dedo del mesero, donde Don Fulano,
sentado con un periódico abierto y los acostumbrados sorbos desinhibidos de un
café que sabe no pagará, les sonríe consciente de su inmortalidad. Y es que,
Don Fulano, mientras existan lenguas y oídos, siempre estará presente.
©Pablo Grandes del Río.
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